Hace más de 20 años que en todo tipo de instancias he puesto en el tapete la necesidad de un cambio cultural respecto al consumo de sustancias psicoactivas, y en esta oportunidad, quiero hablar acerca del problema -creo que de fondo- tras los resultados arrojados por la última encuesta Senda.
Creo que en nuestro discurso cometemos el primer gran error de separar el alcohol del concepto de droga. En general, cuando se realiza alguna mención al tema hablamos de alcohol y drogas (ya cada vez menos entre especialistas), y el tema es que esa separación ficticia es reflejo claro de la necesidad de un cambio en nuestra mentalidad en cuanto a que el alcohol es la droga que más chilenos mata al año y que le genera a Chile un gasto anual de más de 1,5 billones al año (Estudio UC-Gobierno 2019). Si a esto sumamos que en 2018 la OMS señaló que en nuestro país mueren más personas por cirrosis que por accidentes de tránsito (¿cuántos de ellos relacionados a la ingesta de la misma sustancia?), la realidad nos obliga a abrir los ojos en cuanto a que estamos comprometiendo la vida de nuestros ciudadanos. En términos de negocio, “existe demanda” (y por eso la oferta).
En este mismo sentido, y en cuanto a la vida como el recurso y derecho natural más importante y preciado de la humanidad, tenemos que hacernos cargo del temprano inicio de consumo de drogas en Chile. Nuestro(a)s jóvenes comienzan a drogarse (alcohol) a los 13 años con nuestro destilado más típico: La piscola. Hágase usted las siguientes preguntas: ¿Es legal que les vendan alcohol a lo(a)s jóvenes? ¿La medida de la piscola chilena existe en otra parte del mundo (50-50; el tecito)?. La respuesta a ambas preguntas es no.
Sumando a lo anterior, no puedo dejar de lado lo complejo que ha sido para los especialistas del área de la salud mental adolescente la irrupción del consumo de marihuana (y otras sustancias como clonazepam o los jarabes para la tos) en el mismo tramo etario. Más específicamente, a nivel mundial nuestros alumno(a)s de 4to medio son los mayores consumidores de esta sustancia en todo América. No crea por favor que el escenario es el mismo que el de hace 15 años (donde usted solo podría comprar verde o paragua). Hoy hay más de 1.700 cepas distintas, con mayor grado de potencia, y de muy fácil acceso a través de aplicaciones de internet. Y el problema mayor, es que el consumo de esta sustancia se relaciona con un hábito recreativo, que es avalado por discursos propagandísticos, canciones, videos musicales, etc., que ha contribuido a una significativa y nefasta baja en la percepción de riesgo acerca del consumo de marihuana en jóvenes en plena etapa de maduración cerebral. O sea, hay demanda a temprana edad y de sustancias diversas.
Junto con lo anterior, el aumento de la automedicación con benzodiacepinas (tranquilizantes y pastillas para dormir), también está relacionado con un mercado ilegal que se ve presente en las ferias libres sin control alguno y que representan uno de los aumentos más significativos en el último estudio Senda (y cuyos cuadros adictivos asociados son de mayor complejidad).
Y para no dejar fuera el concepto de flagelo, me dejo estas últimas palabras: lo que para mi, y quizá para mucho(a)s de los que trabajamos y atendemos en la temática, el flagelo es la necesidad a la base de buscar en estados alterados de conciencia el sentido de vida o mecanismo de gratificación desde muy temprana edad (qué es lo que genera la demanda). El flagelo de la no-felicidad, la no realización, la incertidumbre, la derivación social, la falta de educación emocional y académica, etc.
¿Solucionemos el problema?, entonces hagámonos la pregunta ¿qué buscamos desde los 13 años en lo irreal de aquella felicidad ficticia que dura momentos y que está relacionada a tal o cual droga? (da lo mismo cuál). Cambiemos culturalmente esta mirada. Busquemos la felicidad en nosotros mismos y no en otra parte. Partamos por nosotros lo(a)s adultos dando el ejemplo o por último preguntándonos cómo hacerlo.