La pobreza no hace bien e incomoda

La pobreza a nadie le hace bien. Cuando hace 23 años nació la Fundación Cerro Navia Joven nos hicimos parte de una comuna de calles de barro, sin luminarias públicas, con problemas de cesantía, hacinamiento, baja cobertura de educación en la primera infancia, escuelas con infraestructuras precarias, entre otras dificultades.

En la Casen 2013 Cerro Navia presenta un 50,9% de la población en el primer y segundo quintil; el índice de pobreza multidimensional es del 28,8% en una población de alrededor de 148.000 habitantes; el hacinamiento es de un 20% y el índice de vulnerabilidad educacional es de un 82,7%.

Es cierto que la pobreza ha disminuido, tal como en el resto del país, sin embargo todavía sigue siendo una realidad frente a la cual no podemos quedarnos indiferentes y que nos plantea grandes desafíos como país. Las formas de medición han cambiado desde el uso de una metodología que estaba centrada principalmente en los ingresos a otra que integra una mirada multidimensional. Es un avance, cierto, pero aún esas cifras no son un reflejo de las situaciones de precariedad y privación de capacidades y oportunidades, que van más allá de las variables económicas.

Sin duda las cifras son mejores que hace 20 años, sin embargo quienes han salido de la pobreza viven una situación vital de inestabilidad que los mantiene permanentemente en la continuidad de la sobrevivencia. Un momento de cesantía, un imprevisto de salud o una situación de emergencia los podría devolver a lo anterior.

Por otra parte, la ausencia de canales institucionales de participación distancia de una mirada colectiva en la búsqueda de soluciones territoriales que permitan generar salidas efectivas a la exclusión social que viven las comunidades empobrecidas.

En estos años hemos tenido la oportunidad de acercarnos y compartir con las personas y con la comunidad, generando vínculos más allá de lo institucional y de la solución a los problemas. Hemos acompañado en el sufrimiento, en el dolor, en las dificultades y desesperanzas que muchas veces nos limitan la creatividad y tenacidad para enfrentar situaciones tan complejas e injustas. Y también hemos sido testigos de vivencias transformadoras de la realidad impulsadas por la solidaridad y compromiso de las personas buscando salir de dificultades que afectan sus vidas y las de otros. Sin duda soluciones que acogen la realidad, escuchando y escuchándose, que ofrecen muchas posibilidades de futuro.

El tiempo transcurrido nos ha confirmado la importancia de actuar considerando la historia, las trayectorias y la identidad de los habitantes: protagonismo que consolida y hace permanente respuestas coherentes y adecuadas a algunas de las necesidades más urgentes.

Estamos convencidos que esta puede ser una buena clave para la generación de los programas que buscan una salida de la pobreza que aún persiste. Las preguntas que como país tendríamos que hacernos una y otra vez son: ¿cómo acércanos a la realidad que viven las personas en situación de pobreza para considerar sus vivencias y sus contextos particulares en la entrega de soluciones? y ¿cómo generar políticas públicas que nos humanicen y nos consideren a todos y todas en ellas?

Por ahora, la pobreza ¡nos tiene que seguir incomodando!

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