¿Qué tiene que ver el dinero con felicidad, la justicia social y la solidaridad?

Muchas veces me he preguntado si se puede ser materialmente rico y verdaderamente feliz  o –en otras palabras y  más profundamente-   ¿es posible que una persona económicamente rica se realice en plenitud, sea justa socialmente y empatice efectivamente con su prójimo?  Hay demostraciones de países donde personas no muy ricas están satisfechas y realizadas, y hay también ejemplos dramáticos donde el bienestar material se asocia a tasas de suicidio juvenil elevadas y a mayor prevalencia en la población de trastornos psicoafectivos, no ‘todo lo que brilla es oro’ y detrás de la abundancia de cosas materiales y de ingresos económicos se pueden ocultar profundos vacíos y ausencia de sentido vital, incapacidad de solidarizar y de dolerse con la desigualdad y la exclusión, y proyectos de vida ausentes de horizonte existencial.

Para tener más elementos de juicio al respecto de lo que nos sucede vale la pena preguntarse primero acerca de las diferencias en el modo de obtener la riqueza. En efecto, el dinero obtenido como fruto de la explotación de otros, del engaño y  la ‘pillería’ (que muchas veces es aplaudida), del aprovecharse de los demás, no es bien hallado. También aquel que se logra por ‘contactos’ e ‘influencias’ (generalmente silenciosas) termina por abrir espacios a la corrupción e ilegalidad, dañando severamente a la sociedad y generando un alto desencanto entre quienes trabajan de manera transparente.

En cambio quien alcanza a acumular riqueza material honestamente,  de la mano de la práctica de la virtud de la justicia, con respeto a las personas que trabajan junto a él, abriéndose a sus necesidades y considerándolos en su dignidad como personas, respetando a quienes hacen negocios en su ámbito y estableciendo contratos con terceros -que le prestan servicios- no ‘leoninos’ ni ‘extorsionadores’, y que  disfruta estos bienes en un sano ambiente de austeridad dando espacio a la generosidad, sin lugar a dudas generará un ambiente de confianza, cooperación y justicia. ¡Y será mejor persona!

Muchos piensan y se comportan como si el dinero obtenido en sus negocios sólo fuese de su propiedad y no les interesa que se inmiscuyan en su uso, se sienten con la libertad de hacer lo que deseen con él. Sin ánimo de polemizar en este punto, y entendiendo que esos bienes son efectivamente de propiedad de quien los ha producido, queda un margen de reflexión acerca del ‘buen uso’ de ese bien material logrado. Esto último no da lo mismo ya que de su uso dependerá también la vida de muchos que le rodean, afectará positiva o negativamente su bienestar (en de su propia persona, familia, empleados, accionistas… etc).

Por ejemplo lo anterior se manifiesta  si el dinero es utilizado para llevar una vida de despilfarro, poseyendo bienes que no se disfrutan y viviendo en un materialismo desenfrenado, lo más probable que la vida en el hogar, en la empresa y en la sociedad serán perjudicadas. Así sucede también cuando el dinero usado para someter a otros (como un instrumento de poder) o  como un puente para privilegios, prepotencias y vanidades o como un estricto  diferenciador social-cultural (status).

Y ¿qué puede provocar el dinero al materialmente rico en su existencia cotidiana?  El dinero se puede transformar en una ‘prisión’ (esclavitud), puede ser un alimentador de la codicia y del egoísmo, o al convertirse en el centro de la existencia es visto como un  trampolín para ‘ser persona’ jibarizando la multifacética realidad del ser humano. Los individuos no pueden definirse por lo que tienen sino por lo efectivamente son, allí radica la dignidad!; por lo tanto si algunos pretenden autodefinirse por esos bienes materiales alimentando aires de superioridad, con soberbia y vanidad, perderán allí parte importante de su humanidad, apagarán el fuego de su propia dignidad y esto salpicará a quienes los rodean deteriorando sus vidas.  A diferencia de aquellos que equilibran adecuadamente su existencia, poniendo en su justo lugar a sus riquezas y dándoles un uso adecuado, privilegiando su ser, estar y hacer, lo que les permitirá con mayor facilidad reconocer y cuidar su propia dignidad y la de los demás.

En este, ámbito es oportuno dejar en claro que al acentuar las injusticias sociales vulneramos la dignidad de quiénes son menos privilegiados en este mundo, afectando en la raíz sus personas, familias y comunidades,  la desigualdad es una fuente de infelicidad e insatisfacción social.

La herramienta más acertada para combatir esta realidad es la práctica cotidiana de la justicia, ¿cómo me gustaría ser tratado a mi si estuviese en la posición de los más desventajados, desprotegidos y excluidos? Para acercarnos al menos privilegiado, a aquel que vive en pobreza, y comprender así de manera más profunda y auténtica su dolor y sentimiento de indignidad, necesitamos de  la solidaridad, de la cercanía y del interés por los demás. La solidaridad es un espacio no amenazante –pero profundamente transformador-  que permite la ‘revinculación’ y reconstitución del ser humano, del tejido social y de la dignidad olvidada o perdida.

No nos menospreciemos mutuamente, ¡NOS NECESITAMOS!

Nadie se construye solo, ninguno de nosotros es una isla, requerimos de quienes nos rodean para crecer y confiar, para ser personas y desarrollarnos integralmente, para humanizarnos y  sentirnos seguros. Un mundo diferente es posible levantarlo desde el encuentro mutuo y con acciones que nos ayuden cada día a dar un paso más en la dignidad humana.

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