La desconfianza que existe actualmente en Chile obliga a todos los sectores a reconstruir, en un proceso no exento de barreras y algo más lento de lo que uno quisiera, los espacios de interacción mutua.
Mucho se ha hablado del rol de la Presidenta, no solo por su natural carisma y liderazgo sino también por la institucionalidad que representa la Presidencia en Chile. También se le ha exigido a las empresas y a sus líderes tomar acción en esto. Esta exigencia tiene sentido toda vez que gran parte de las problemáticas actuales: financiamiento campañas políticas, captura del Estado, inequidades, colusiones y daños ambientales, entre otras, han sido causadas por las corporaciones en un escenario en el cual estaba permitido hacerlo.
Un pequeño paréntesis en esto: los ciudadanos hemos tendido a generalizar lo que hacen solo algunos como si esto fuera el común denominador de todas las empresas, cosa que está lejos de ser verdadero. Pequeñas empresas y también las medianas y grandes luchan día a día para entregar productos y servicios a la comunidad, generar empelo y un impacto positivo en la productividad del país. Por eso mismo está bien que les exigamos que lideren procesos. Cierre del parentesis.
Lo cierto es que no es novedad que bajo el escrutinio público se hace cada vez más difícil esconder la basura debajo de la alfombra. Sin embargo, creo que como sociedad hemos subestimado el rol de las empresas sociales, empresas B, organizaciones sin fines de lucro, etc. en liderar la transformación que está sucediendo en Chile.
Cada una, desde distintos frentes, ha comenzado a proveer bienes y servicios a precios adecuados y bajo procesos en los cuales las personas confían.
Por ello tenemos que hacer un esfuerzo por visibilizar el impacto que tienen, por profesionalizar sus gestiones, por entregarles un espacio adecuado en la economía de mercado. Entonces en el escenario actual cabe la pregunta de quién toma la iniciativa.
Se hace difícil que lo haga el gobierno, más complicado aún si la invitación viene del sector privado (por las suspicacias actuales), la Iglesia tampoco está en su mejor momento. Entonces uno se pregunta ¿quiénes tienen credibilidad todavía? ¿quiénes puden convocar? Ahora bien, una vez la mesa servida, es necesario que acudan el resto de los actores. Por ello la cabecera de la mesa da lo mismo. Lo importante es armar una mesa redonda en donde todos y cada uno de los actores pueda sentarse a conversar y comenzar un proceso de re-construcción de confianzas. Esperemos que el capital social y político que tienen varios líderes en Chile sean puestos al servicio del país.