“Un lugar de vida y no de muerte”

Los medios de comunicación han informado en las últimas semanas sobre una seguidilla de dramáticos hechos que dan cuenta del atropello a la integridad de niños y niñas de Chile. La noticia ha estado centrada en el sorprendente resultado entregado a la comisión investigadora de la Cámara de Diputados, que da cuenta de que 183 niños de la red del Sename han muerto desde 2005 hasta la fecha y en el necesario rediseño de esta entidad del Estado que, directa o indirectamente, atiende a más de 10 mil niños en residencias de protección en todo Chile.

Sin embargo, como María Ayuda nos parece que se olvida poner el énfasis también en algo fundamental: la realidad de las familias, lugar donde se están produciendo las más graves vulneraciones de derechos de los niños y niñas, en la mayoría de los casos en situaciones de pobreza.

En miles de familias, el más íntimo lugar del compartir humano está en riesgo. La estabilidad en esos hogares, expresada en un papá protector y una mamá que asegure el afecto necesario, simplemente no existe. Según la Unicef, tres de cada cuatro menores son maltratados en sus casas. Para protegerlos, los tribunales de familia los derivan a hogares, donde muchas veces, fruto de la precariedad, vuelven a sufrir vulneraciones.

En nuestro caso tratamos de proporcionar a nuestros niños, niñas y adolescentes un ambiente acogedor, ofreciéndoles la posibilidad real de reconstruir vínculos sanos, e intentamos contar con una infraestructura adecuada que asegure la dignidad.

No hay duda alguna que hay un problema grave de insuficiencia de recursos, recordemos que el Estado a través de Sename aporta a la Institución colaboradora aprox. 1/3 de lo que realmente se requiere. Pero más allá de los recursos tenemos que decir que como sociedad no estamos garantizando de verdad los derechos fundamentales de nuestros niños. Es por esto que urge tomar medidas concretas que garanticen esos derechos, tanto en el entorno de esas familias, por ejemplo, con programas ambulatorios especializados en cada comuna, como en el caso de aquellos niños y niñas acogidos en hogares de protección, apoyándolos con equipos de intervención capacitados en las temáticas de maltrato grave y personal adecuado para atender las patologías psiquiátricas.

Las familias de nuestros niños tienen que ser, como dijo el Papa Francisco en Cuba, «un lugar de vida y no de muerte». No perdamos de vista, especialmente en la atención de nuestros niños maltratados, a la familia, porque en la medida que éstas vuelvan a ser sanas y fuertes, a través del apoyo de terapias familiares que debemos otorgarles, estos niños tendrán el espacio para crecer con dignidad. Su grito desesperado es por un papá y una mamá que los quieran y es obligación de todos escuchar su clamor.

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